Es muy fácil autoengañarse, por eso lo hacemos casi todos los días. La razón principal suele ser la supervivencia: negamos la realidad para mantener vivas nuestras esperanzas o para soportar una mala situación de la que creemos que no podemos escapar.
Pero el autoengaño es un salvavidas pinchado que acaba hundiéndonos hasta profundidades impensables.
Autoengañarse según la RAE
Creo que nos autoengañamos cuando nos quedamos en la primera fase del duelo: la negación. Interrumpimos el proceso de curarnos de un desengaño y, con ello, nos negamos la oportunidad de seguir adelante para encontrar nuestro verdadero paraíso: ese rincón del mundo en el que podemos realizarnos y ser felices siendo nosotras mismas.
Y es triste, la verdad.
El autoengaño según Wikipedia
Conozco a personas que sueñan con vivir agarradas a un clavo y se aferran a él aunque esté ardiendo. No quieren soltarlo porque siguen creyendo en la idea que tenían del clavo antes de agarrarlo, la idealizada. Se justifican ante los demás cuando las vemos sufrir, en un callejón sin salida: «No pasa nada. Me pongo unos guantes, levanto una barrera, yo puedo con esto». Siguen negando, aguantado el dolor, escudándose en el estoicismo, en la resistencia, en la valentía, mientras las barreras que han levantado se funden con su piel. Sin ser conscientes de lo que significa tener una barrera en la piel que te impide sentir.
Y las reconozco porque yo también he vivido así.
Pero, ¿cómo podemos no caer en eso? Bueno, pues no estoy segura, porque me parece (y es solo mi opinión) que el autoengaño es una herramienta adaptativa: algo que se dispara instintivamente y, por lo tanto, difícil de controlar.
Eso sí, creo que le quitamos poder cuando reforzamos nuestro espíritu crítico y entrenamos el amor y la sinceridad hacia nosotras mismas. Y también cuando tenemos la flexibilidad para darnos cuenta de que podemos llegar a donde queremos por diferentes caminos o de que, después de todo, ese lugar al que queremos ir no es el lugar al que de verdad necesitamos ir. Y como estas, pues, sirve cualquier otra estrategia que evite que nos comportemos como una mosca chocando contra un cristal.
Quizá una de las mejores estrategias es tener claro que hay que trabajar las metas y ser constante, pero también que la constancia no significa caminar por la vida como un burro detrás de una zanahoria. Que, de vez en cuando, hay que abrir el campo de visión para darnos cuenta de que también podemos alimentarnos con las flores y frutos de los árboles, y de que hay otras zanahorias a las que podemos llegar por una ruta alternativa que, seguramente, disfrutemos más.
Porque como decía José Alfredo Jiménez:
«Una piedra del camino
me enseñó que mi destino
era rodar y rodar.
Después me dijo un arriero
que no hay que llegar primero,
pero hay que saber llegar».
Y es que, obviamente y ya lo sabes, el mundo y la vida son más de lo que vemos y conocemos. Y merece la pena que nos tomemos nuestro tiempo para rodar por los caminos, para saber llegar a donde de verdad queremos y necesitamos llegar, y no a dónde creíamos que queríamos llegar antes de empezar a caminar. Para ser exploradoras de nuestros deseos.
Porque no somos nuestro sueño, somos personas capaces de tener mil sueños y trabajar por ellos.
No somos una meta, o un camino, somos alguien capaz de abrir mil caminos y de fijar diferentes metas.
No somos inmutables, crecemos, aprendemos, nuestras necesidades y nuestros deseos cambian, y podemos cambiar con ellos.
Pongámonos a nosotras primero: a nuestros cuerpos y espíritus. Defendamos nuestra felicidad, no dejemos que nada ni nadie cambie quienes somos, porque no hay nada en este universo que merezca pagar ese precio.
Intentemos no confundir la constancia para conseguir nuestros sueños con la negación y el autoengaño.
Que la vida es una bola de plastilina de diferentes colores y sería una pena que solo usáramos los moldes que venden en la juguetería para crear algo con ella.
También habría que hablar de otro percal importante: el autoengañarse en el sentido opuesto... Mismo concepto, pero en lugar de buscar la supervivencia y conservar la realidad idealizada, se busca el auto-sabotaje constante. Negarse a ver todo lo bueno que tienes o eres. ¿Quién querría hacer algo así? Pues quizás más inconsciente que conscientemente, pero me temo que demasiada gente. No deja de ser negar la realidad, imagino...
Cuánta verdad en tu texto y, no obstante, qué difícil es detectar ese punto en el que se separa el engaño del convencimiento. A veces necesitas abrir la puerta para saber lo que hay al otro lado, y solo así saberte engañado. Aunque es cierto que los años ayudan a anticiparlo. En mi caso, sé que mi mente es engañosa a más no poder, pero mi cuerpo suele alertarme con bastante antelación. Lo complicado, al menos en mi caso, es estar atendiendo al cuerpo lo suficiente como para apreciar la notificación.
Gracias por compartir, como siempre.